Sobre cómo la formación psicológica disminuye el riesgo de adicciones

jueves, 5 de marzo de 2015

Ismael Dorado ha sido el “organizador de la parte científica” de la I Jornada sobre Catástrofes que tiene lugar en Santa Pola el próximo sábado 7 de marzo en la Casa de Cultura. Su función ha sido la de integrar todos los actores que intervienen en una catástrofe o emergencia. Y además, será el ponente de la conferencia “Consecuencias psicopatológicas de los atentados del 11-M”.


     Ismael Dorado es una eminencia en su campo: profesor colaborador de la Facultad de Psicología de la Universidad Oberta de Cataluña, Máster en Inteligencia Emocional e Intervención en Emocional y Salud y profesor colaborador en CIEP Alicante así como de la Academia Regional de Policía en Madrid. Por si esto fuera poco, participa en el Centro de Psicología y fisioterapia Atlántica en Madrid.

     Dorado da varios titulares, pero todos en el mismo sentido: el de la falta de formación del personal de emergencias, destacando especialmente la de la Policía Local, respecto al tratamiento psicológico tanto propio como ajeno cuando se da una catástrofe.

    Por ello, Dorado, que ya ha contribuido como instructor en varios cursos con el Ayuntamiento de Santa Pola, alaba la “originalidad” de la jornada que ha organizado junto a la Concejalía de Seguridad Ciudadana, con Antonio Pérez Huerta al frente. Una singularidad que radica en que “se tratan los efectos psicológicos en niños y jóvenes, así como la intervención del poder judicial en las catástrofes”.

   Como experto en la materia, Dorado explica cuál es el protocolo a seguir, psicológicamente hablando, en una catástrofe, ya sea ésta un atentado terrorista, un terremoto, etc. “Lo primero que hay que hacer es ventilar las emocione, solar el estrés y, después, descansar”.

     Lo último es siempre conciliar el sueño, dado que funciona como fijador de los recuerdos, por lo que, al contrario de lo que se piensa, es necesario que la víctima exteriorice todas sus emociones y que el recurso a los tranquilizantes y al sueño venga después, puesto que, a largo plazo, las secuelas psicológicas pueden ser mayores, debido a la mayor fijación de recuerdos y sensaciones.

Adicciones y distanciamiento familiar
Dorado denuncia que, durante los atentados del 11 de marzo, “a los policías no se les sometió al protocolo psicológico debido y los servicios de emergencias estuvieron sobreexpuestos a la situación, por ejemplo, trabajando sin dormir en su ansia personal, humanitaria y loable por ayudar”. El mensaje final para los profesionales es claro: “No hay que ser héroes”

     La lectura posterior al 11-M fue alarmante: “A los tres meses había aumentado el número de divorcios, el alcoholismo, la adicción al tabaco, al juego... de estos profesionales”.

     En este sentido y en torno al 11-M, Dorado incide en la manipulación de datos sobre este asunto que llevaron a cabo los organismos oficiales: “Según la encuesta sobre la salud mental de los policías que realizó el Ministerio del Interior, que obligó a los profesionales a identificarse, mostró que no había problemas psicológicos”. Por contra, él y su equipo realizaron otra, con una muestra anónima de la que se desprendían grandes niveles de estrés. La causa de tal diferencia: “el profesional se siente coaccionado y siente miedo ante la estabilidad de su puesto de trabajo cuando, al ser identificado, debe explicar lo que siente al respecto de una catástrofe”.

La falta de ética mediática
Por el lado de las víctimas, Dorado acusa la falta de ética de los medios de comunicación en el tratamiento informativo del 11-M. “Las imágenes fueron tan excesivas, tan cruentas, tan explícitas, que provocaron que personas que no eran familiares ni víctimas, desarrollaran estrés postraumático”, afirma el experto. Además, claro está, de ahondar en la herida de víctimas y familiares.

     De esta forma, Ismael Dorado está convencido de que, de alguna manera, se modificó el inconsciente colectivo, de que se viró hacia la paranoia y al incremento del miedo. Así lo demuestra un estudio con 11.000 personas realizado en Madrid en tres fases: tras los atentados, a los seis meses y al año del 11-M. El estudio, que se realizó sobre personal sanitario, familiares de las víctimas y ciudadanos de la zona de influencia del suceso, mostró cómo, si bien terror y paranoia disminuyeron con el paso del tiempo, sí que cambiaron las estructuras mentales de muchos ciudadanos.

Colapsar por ayudar
Otro de los factores mal gestionados en los que incide el experto fue el colapso de los servicios de emergencias: “Si alrededor de una víctima había cinco personas, todas llamaban a una ambulancia, por lo que los avisos a los mismos puntos se multiplicaron y fue muy difícil coordinar tal demanda repetida”.

     El colapso, en segundo lugar, llegó por la falta de entrenamiento de los profesionales. Dorado muestra su desazón al explicar que en Madrid se han eliminado los cursos de formación psicológica a las fuerzas policiales. No está de acuerdo en que se trate de un efecto de la crisis económica, sino de “una crisis de pensamiento” por la que los políticos desvían los fondos de los aspectos que realmente son importantes.

     “Ahora sólo se incide en el aspecto físico de las fuerzas de seguridad y se olvida la transcendencia de lo psicológico”. Y Dorado incide en esta capitalidad de una manera clara para el argumento que muchos entienden, el económico: “si los servicios de emergencia tienen la formación mental adecuada, las administraciones públicas ahorrarán gran cantidad de dinero en bajas y en falta de productividad”.

El hombre del traje gris
Tras cada atentado sigue un estado de paranoia colectiva que, poco a poco, se desvanece en el tiempo para dar lugar a la sospecha constante. Todavía se cree que el sospechoso “es el hombre del turbante. Pues no. El 50 por ciento de los atentados son perpetrados por mujeres que actúan solas”. El espía, el terrorista, ya no es ni el James Bond ni el fanático, sino el hombre del traje gris, la mujer en la sombra, que pasan inadvertidos por su discreción de movimientos.

     Todo ello no significa que haya que desconfiar de todo aquél que cruce con nosotros la mirada por la calle. Nada más lejos de la realidad. Sino que hay que “saber actuar y adoptar medidas de precaución pertinente”.

La complicada inteligencia emocional
Si paranoia, miedo, terror, frustración, depresión... son sentimientos o emociones interiores que muchas veces no se expresan, el ángulo opuesto lo conforma la inteligencia emocional. Dorado es, además, experto en este ámbito, y abunda en la necesidad de que “desde niños, los padres pregunten a sus hijos cómo se sienten, para que sean capaces de expresar sus emociones y de ser conscientes de ellas”.

     Esta fórmula no tiene sino ventajas. A saber, “nos lleva a comprender nuestras propias emociones, a responder a la pregunta ¿por qué me siento así?, y a saber cómo podemos influenciar sobre nuestras emociones porque éstas, a su vez, influyen positiva o negativamente en los que nos rodean”.

     Así, el hombre del turbante, el agente atractivo, el punky que pasa por la acera, el mendigo que pide dinero, la madre soltera... tienen ligados, en la mente, estereotipos negativos o que no siempre corresponden a la realidad. Frente a ello, el caballo de Troya para minar dichas ideas preconcebidas es la inteligencia emocional, el expresar sentimientos y ser capaz de considerar las acciones de sus tentáculos.


El sospechoso puede estar en cualquier lugar… pero lo más seguro es que no sea así.